El próximo 15 de marzo de 2026 se establecerá un triste récord en la historia de España. Al amanecer de ese tercer domingo de marzo, la llamada «Constitución Española de 1978» habrá estado nominalmente en vigor 17.243 días, superando la marca anteriormente establecida por la de 1876.
Sin duda será un domingo de celebraciones. Todas organizadas por sus principales beneficiarios para conmemorar casi cinco décadas de paz, libertad, prosperidad y democracia. ¿Pero qué es exactamente lo que podremos celebrar los demás? ¿Casi cinco décadas… de qué?
No es motivo de celebración que la gente se meta en política para forrarse; ni vivir sometidos a un sistema en el que todo el que toca poder se acaba corrompiendo en la medida de sus posibilidades; ni en el que los políticos se dedican a crear problemas donde no los hay, en vez de resolver los que ya tenemos. Políticos dedicados a dividirnos y enfrentarnos para que no veamos cuál es la verdadera causa del problema. Cada día el panorama político es más desolador.
¿Qué podemos celebrar? ¿Gobiernos al servicio de poderes ajenos a la voluntad de la ciudadanía, dispuestos a vender lo que queda de España por asegurarse una vida de lujos y un retiro dorado? ¿Una oposición que se limita a esperar pacientemente a que le toque su turno de hacer lo mismo? ¿Que se batan cada año los récord de recaudación fiscal con más y nuevos impuestos? ¿Que nos asfixien en burocracia y leyes incomprensibles redactadas para que se puedan interpretar a conveniencia del Estado, con las que prohibir y sancionar a discreción? ¿Que cada día se coloquen en puestos y organismos de dudosa utilidad a más y más gente leal a sus benefactores, para que les paguemos entre todos un sueldo público, trabajen o no? ¿Que desmantelen la justicia para que no haya ningún mecanismo con el que poder exigirles responsabilidades, y de paso, también, el resto de servicios públicos? Porque se ve que el dinero del contribuyente no da para todo. Especialmente cuando lo despilfarran pagando a precio de oro bienes, servicios y comisiones a quienes sepan ser generosos con la mano que les da de comer tan opíparamente.
En la España que queremos los políticos no cambian de opinión después de las elecciones, ni se comportan como si el país fuera su cortijo, ni anteponen sus intereses a los nuestros porque, en las decisiones políticas, la ciudadanía tiene siempre la última palabra. En la España que merecemos los gobiernos salen de las urnas, no se pactan en las asambleas legislativas; el Estado no nos abandona a nuestra suerte cuando más lo necesitamos, y no hay que esperar 4 años para destituir a un político desleal, inútil o corrupto. En cualquier momento sus electores les pueden echar sin dar explicaciones.
Esta España que queremos no es la España que tenemos, donde se nos adoctrina en el credo de «Pagar, Votar y Callar» y se nos inculca que no hay nada más allá del horizonte del 78. Que fuera de esta Constitución solo halláremos el caos.
En esta España en donde se señala a quien no acepta la gran mentira en la que se basa la religión del Estado, en la que repudiar el medio de vida de la clase política es delito de odio y en la que se estigmatiza, censura, difama y persigue tanto a quienes no comulgan con la versión oficial como a quienes no aceptan con resignación obediente el destino que nos han preparado los poderosos se hace necesario, más que nunca, decirles: paren que yo me bajo, y si no paran me tiro en marcha. Está no es la política que queremos. Ni esta, la España que queremos.
El éxito de la llamada «Constitución de 1978» no es haber traído la Democracia a España sino haber convencido a cuatro generaciones de españoles de que vivimos en una. Su éxito es nuestro fracaso como Nación.
Ni en sus fantasías más salvajes los padres de la no-Constitución hubieran imaginado que ese refrito de las leyes fundamentales del Reino, que elaboraron en secreto y nos dieron a los españoles para ir de la ley franquista a la cárcel de la Unión Europea aguantaría tan bien el paso del tiempo.
Sin duda hay que reconocerles que superaron con creces a la de 1876 disfrazando la ausencia de Democracia. Resultaba sospechoso que, en casi 5 décadas que duró aquella farsa, ningún gobierno perdiera una votación y que la alternancia en el poder se produjera antes de que se celebraran. Tan sospechoso que bastó la publicación en prensa de un manifiesto para que un puñado de generales liderados por Primo de Rivera acabarán en unas horas y sin apenas derramamiento de sangre con la Constitución más longeva de la historia de España. Lo que vino después no fue mejor.
El futuro de la 1978 es exactamente el mismo, porque ha fracasado en su promesa de Democracia. Quedan pocas personas que en su fuero interno no sepan que en España el demos no tiene cracia, ni la va a tener mientras perviva está no-Constitución. En cuanto se acabe el dinero, el régimen del 78 caerá porque nadie defiende aquello en lo que no cree ni de lo que no se lucra. Así que un día cualquiera, más pronto que tarde, la Constitución del 78 morirá y nadie derramará una lágrima por ella. La cuestión es qué vendrá después.
Si los demócratas no lideramos el cambio tendremos otra autocracia, porque la Democracia necesita una Constitución que la proteja y ciudadanos que la defiendan. La Democracia no es un derecho, ni un don caído del cielo, ni el estado natural de las relaciones de poder. Es algo que hay que construir, preservar y merecer. Es un castillo de arena que hay que proteger, entre todos, de la tiranía del mar.
Pocas cosas repugnan más a un demócrata que el dicho de «Mejor no te metas en política» con el que se nos trata de convencer de que lo más sensato es dejar ese castillo al cuidado de unos niños malcriados que siguen peleándose por las chuches mientras la marea se ha llevado ya a dos generaciones de Españoles mar adentro.
En eso consiste el «no te metas en política». No te metas en política que el poder ya te lo gestionan los que saben, que tú no tienes ni idea, pero no te preocupes que cada cuatro años puedes elegir el plato que quieras de la carta. Eso sí, la carta la hacen ellos, no hay nada fuera del menú y ya veremos si te sirven lo que has pedido u otra cosa.
Por eso estamos como estamos, cautivos de un sistema que, por cómo fue diseñado, sólo podía funcionar si fuera dirigido por mártires y santos, pero precisamente por cómo está diseñado atrae a las personas con menos escrúpulos, a los más viles, a los peores de entre nosotros.
Si la codicia conociera algún límite el régimen del 78 tendría una pequeña esperanza, pero esa no es la naturaleza humana. Como tampoco lo es vivir arrodillados para siempre, a merced de gobernantes sin escrúpulos, tan incompetentes como seguros de si mismos. Repletos de soluciones sencillas para problemas complejos que rara vez funcionan.
La libertad es una idea necesaria, consustancial a la naturaleza humana, que se manifiesta espontáneamente frente a la tiranía en pequeños actos de rebelión personal allí donde se produce una injusticia. Actos en apariencia descoordinados, irracionales, casi suicidas por la escala del oponente pero inevitables porque nos reconcilian con lo que somos, y peligrosos, porque inspiran a otros a hacer lo mismo. Por eso deben perseguidos sin descanso.
Sólo el miedo, la mentira y ese hostigamiento constante pueden frenar temporalmente el ansia de libertad del espíritu humano. Pero no existe la fuerza capaz de contenerla para siempre. De hecho, cuanto más se reprime, más se intensifica. Por eso somos ya millones los que nos hemos reenganchado con la causa de la justicia, la libertad y la democracia, la mayoría sin ser consciente todavía, resistiendo y repudiado esos actos de violencia, intimidación y opresión política a la espera de una señal para tomar la iniciativa.
¡El tercer domingo de marzo es el momento de lanzar esa señal para que la vea todo el mundo!
Pensábamos que si dejábamos en paz a la política, la política se olvidaría de nosotros, que podríamos huir para siempre de las consecuencias de ignorarla, que es posible vivir en libertad sin sacrificar nada por ella. Que ingenuidad.
Tolerando el expolio, los abusos de poder y la impunidad hemos dejado que las oligarquías asuman el control del Estado y lo utilicen contra nosotros en beneficio propio.
Por delegarlo todo nos vamos quedando sin nada. Nuestra dejadez y complacencia les ha permitido llevarnos al matadero con falsas promesas de Democracia, pero está en nuestra mano revertir esta situación y poner el poder al servicio de la ciudadanía. Sólo tenemos que asumir nuestras obligaciones con nosotros mismos y con el prójimo, y actuar en consecuencia.
Empecemos por ser intelectualmente honestos reconociendo que ni estamos bien ni hay signos de mejora. Aceptar la verdad no sólo es un acto revolucionario sino también reparador, que lleva a abandonar discursos tan políticamente correctos como falsos, y a dejar de glorificar al principal instrumento de opresión del pueblo español y a sus administradores.
Continuemos por abandonar esa actitud tan poco republicana de delegar la resolución de nuestros problemas en otros. Dado que nadie va a arreglar aquello de lo que depende su sueldo, queda claro que no podemos esperar una solución que provenga del Estado, porque al Estado le va bien. El problema lo tenemos nosotros, y somos nosotros los que tenemos que resolverlo.
Aceptada la verdad y asumida nuestra responsabilidad en el origen y solución de nuestros problemas llega el momento de pasar a la acción, dejando de sostener con nuestra obediencia a un sistema que está diseñado para el beneficio de algunos a costa del resto, e intensificando la cooperación entre nosotros para despertar la potencia de la Nación española. Potencia con la que derribar el tronco muerto, seco y carcomido del régimen del 78 antes de que nos caiga encima, o lo arranque de cuajo el siguiente caudillo.
Por suerte, no hay cárceles para todos, así que lo que no queramos no puede ser. Pero para que el demos tenga cracia primero tendrá que merecerlo. La libertad no adviene ni se regala, se consigue con esfuerzo. Depende de nosotros hacer los méritos para conquistarla y conservarla cada día si queremos vivir sin miedo al Estado. No dejemos que el tercer domingo de marzo pase sin pena ni gloria, ni mucho menos que los principales beneficiarios del régimen del 78 lo conviertan en una nueva fiesta de ¡vivan las cadenas! como ya lo es el 6 de diciembre. La noticia de ese día tiene que ser que el pueblo Español exige libertad y democracia, que los políticos dejen de servirse de nosotros y poder decidir lo que no le dejaron en 1978.
La fecha queda marcada en el calendario. No hagáis planes ni encontréis escusas. Ahorrad, coged fuerzas y encontrad apoyos, puesto que el objetivo es paralizar el país hasta que la mayoría de la sociedad española entienda que ya hemos tenido suficiente de este régimen del 78 y que estamos maduros para la Democracia.
Gobierne quién gobierne, el tercer domingo de marzo al medio día los demócratas tenemos una cita frente a todos los ayuntamientos de España para que la más longeva de nuestra historia, la que afirman que nos hemos dado, sea el último de los textos que alguna vez osaron mancillar en nuestras tierras el término Constitución.
Os espero para procuramos, con la fuerza imparable de la desobediencia civil pacífica, masiva y sin cuartel lo que no tenemos, lo que unos pocos no pueden lograr sin la ayuda del resto y lo que nadie nos va a regalar: Democracia en España.
Preparaos para resistir, haceos visibles y si no lo conseguimos, repetimos al año siguiente.
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